lunes, 3 de octubre de 2011

¿Y a los 30 qué? - Lunes



Y va y resulta que un día te levantas acomplejado. Dándole vueltas al peor pensamiento posible un lunes por la mañana. Estás en el umbral de cumplir los 30 y, ¿qué has hecho en tú vida durante todos esos años? Nada. Esa es la única palabra que asoma muda a tus labios. Meneas la cabeza con mala leche descartando ese pensamiento, echas una meadita y te metes directo en la ducha mientras piensas que con un poco de suerte hoy solo llegarás 20 minutos tarde al trabajo. Te secas rápidamente y revisas el armario. Como suele suceder está vacío. Miras en el cesto de la ropa sucia (sí, ese que es el suelo a los pies de la cama) y de allí rescatas la camisa del viernes. Aún se puede aprovechar.

Miras el reloj, las seis y media. Si te afeitas no llegas, si no te afeitas tampoco llegas, pero el retraso será menor. Por supuesto, no te afeitas. Sales como una bala de casa y como tal te metes en el coche. Todo controlado, no hay problema, eres el Carlos Sainz de las madrugadas. Siete menos cinco. Piensas que tardarás 20 minutos como mínimo hasta llegar al trabajo mientras te quitas esa legaña rebelde que aún se resiste a abandonar tu ojo derecho.

Efectivamente, una sonrisa socarrona se dibuja en los labios del guardia de seguridad al tiempo que tú pasas tu tarjeta de banda magnética por el reloj de entrada. Suspiras. Hoy habrá que salir un poco más tarde, por que por mucho que lo jures, mañana no madrugarás para llegar un poco más temprano. Antes de meterte en tu despacho realizas la parada técnica ante las máquinas de café. Es lunes, y para no perder las buenas costumbres una no tiene agua, la otra no tiene café y a la que queda funcionando le pides un café cortado con doble ración de azúcar. Hoy está de buenas, a duras penas te sirve un café solo sin azúcar. Mientras valoras la posibilidad de que tu estómago aguante ese oscuro brebaje llegas a tu despacho y te sientas en la mesa. ¡Otra grata sorpresa!, ha pasado la señora de la limpieza y la mesa parece haberse convertido en una batalla campal, no quedando nada en su posición original.

Te preparas para soltar la habitual retahíla de palabras malsonantes e inventarte el árbol genealógico de la susodicha señora pero, cosas de la vida en lunes, suena el teléfono quitándote por completo la posibilidad de mentar a todos sus familiares. Descuelgas el teléfono y decides cambiar ese “¿Quién cojones es?” por un “Buenos días, ¿con quién hablo?”. El jefe. Tu instinto de supervivencia sigue en forma los lunes y como de costumbre derrochas simpatía hasta por las orejas. Total, para lo que te tiene que decir. Debe ser una costumbre suya, todos los lunes llama a la misma hora y por el mismo motivo. Crees que debe aburrirse como una ostra, pero claro, bien que te guardas ese pensamiento, no sea que se te escape donde no sea conveniente y te vayas directo a pedir numerito en la cola del INEM o como narices se llame, que ahora con la moda esa de que cada autonomía le ha puesto el nombre que mejor le ha venido en gana, al final no sabes si estás en una cola para buscar trabajo o en la de voluntarios para una ONG.

Parpadeas y miras atentamente el monitor de tu ordenador. Hoy estás más tonto de lo habitual, ¿a qué viene el cuento del INEM y las oenegés esas?. Solucionado, tomas un trago de ese brebaje llamado café y todos los pensamientos (sean cuales fueren) desaparecen al instante al sentir como desciende por tu garganta, quedándote en silencio y bien atento a la reacción que provoque en tu estómago. ¡Hoy estás hecho una fiera chaval!, ni te has inmutado. Visto el éxito, el día promete.

Hoy es lunes pero te da lo mismo. Hoy te sientes grande, fuerte y poderoso. Hoy eres capaz de comerte el mundo entero, incluso desafías abiertamente al calendario marcando con un rojo llamativo el sábado que viene. Ese fatídico día en que cumplirás los 30. Hoy eres invencible, y lo demuestras dándote golpes sobre el pecho a lo king kong sobre el Empire State, con la salvedad de que tú lo haces con un pie sobre la silla del despacho. Hoy te sientes... te sientes gilipollas cuando la secretaria del director asoma la cabeza por la puerta del despacho, pillándote en tan sublime actuación. 

-         A las 9.30 tienes una reunión, pedazo king kong. – dice remarcando lo último

Aun eres capaz de escuchar sus carcajadas al cerrar la puerta y te quedas pensando en el cachondeo que se va a organizar a tu costa durante toda la semana, con su punto álgido hoy mismo a la hora del café, pero claro, tú eres alguien muy positivo y te quedas con la idea de que al menos le has alegrado la mañana del lunes a la secretaria de dirección. Mejor tenerla contenta y no que te mire de reojo cada vez que pasas a su lado.

Por lo tanto, sin complejo de payaso, al menos no más de lo habitual, te pones a organizar la mesa, sí, sí, esa que la señora de la limpieza, con su infinita bondad y buena fe, ordena por ti una vez a la semana. Cuando ya tienes todo en su sitio, bien organizadito y a mano, enciendes por fin el ordenador. Las ocho menos cuarto. Eres la leche, hoy solo has tardado tres cuartos de hora en encenderlo. Se te queda la sonrisa boba al recordar el día en que no lo encendiste hasta las doce del mediodía. Suspiras. ¡Qué tiempos aquellos!. Parpadeas repetidamente, acercas tu careto a escasos centímetros del monitor, no ves un pijo. O la legaña persiste en tu ojo derecho o será cierto eso de que con la edad ves menos cada día. Una gotita fría de sudor recorre tu espalda. Temeroso, pasas un dedo por encima de la pantalla y suspiras aliviado. No, no te estás quedando cegato. Por lo visto a la señora de la limpieza se le da muy bien eso de ordenar tú mesa a su gusto, pero lo que es pasar un pañito por la pantalla debe ser ciencia ficción, o algo peor. Valiente como tu solo puedes serlo, sacas de la chaqueta el paquete de clinex, y con decisión lo acercas al monitor, pero un rápido pensamiento cruza tu mente. Es un cristal, ¿qué vas a usar? ¿agua? ¿colonia? ¿glassex?. Tu decisión se torna en duda, y la duda en pánico. ¡Mamá! ¡Socorro!. Vas a cumplir los 30 y aún no sabes como limpiar la pantalla del ordenador. Tras una exhaustiva búsqueda en Internet entre palabras borrosas te decides por lo que tienes más a mano. Agua. ¡OH!, portento del universo que es Internet. El que todo lo sabe. Como es de esperar, acabas dándole un beso a la brillante pantalla que tienes ahora.

Por fin te pones a trabajar, son las ocho de la mañana. Cada día te sientes más orgulloso de ti mismo, ya que el viernes sin ir más lejos no comenzaste hasta las nueve pasadas. Aprovechando el empuje de ese orgullo tan matinal comienzas a revisar papeles entre sorbo y sorbo de café. Sin darte cuenta, se han hecho las nueve cuando firmas el último de esos papelitos que con tanto amor y cariño te  van dejando sobre la mesa cada día. Sonríes ampliamente, vas a tener tiempo de relajarte antes de la reunión. Sigues siendo la leche a pesar de ser lunes. Ya que tienes unos minutillos, te dedicas a revisar el correo electrónico para ver si hay alguna novedad. Lentamente vas pasando uno a uno los correos. “Viagra y demás complementos de oferta” reza el primero, “te han tocado 1000 euros” anuncia el segundo, “tengo 16 y te espero calentita” dice el tercero. Y así sucesivamente hasta consultar la veintena de correos. Como era de esperar, ninguno de trabajo. Mientras no se te cuele un gusano de esos, tú tranquilo. Aunque más de una vez te has preguntado como se puede meter un gusano en un ordenador. ¿Lo hará por alguno de los agujeritos de la rejilla de ventilación?, ¿escondido entre sus cables se convertirá en un capullito de seda?, ¿cuando abra la tapa uno de estos días saldrá volando una mariposa informática?. Si es que ya lo dicen, la informática para los que la entienden.

Son las nueve y veinte y te diriges a la sala de reuniones, con todo tu aplomo sonríes a la secretaria de dirección cuando pasas por delante de su mesa. Ella te devuelve la sonrisa igualmente, pero en el brillo de sus ojos aprecias las carcajadas internas. Llamas a la puerta y asomas la cabeza, no hay nadie, como siempre eres el primero en llegar. Sonríes levemente y te vas directo a por los caramelitos que hay en un cenicero. Te pierden los de fresa. Poco a poco van llegando los convocados y por fin da comienzo la reunión. Un lunes más, los temas a tratar a ti ni te van ni te vienen. Van a ser dos horas interminables. Cuando por fin termina, al salir le agradeces a la secretaria el café que os ha servido durante la reunión, una vez más te ha salvado de parecer el león de la Metro Goldwyn Mayer.

-         Me lo enseñó a hacer mi cariñín. – responde ella ante el agradecimiento.

¿Cariñín?, repites mentalmente una y otra vez mientras mantienes la compostura, retirándote disimuladamente. ¿Cariñín? ¡Por todos los santos! Eso parece un insulto. Meneas levemente la cabeza y decides que te has ganado un cigarrito. Con estas historias modernas, ahora resulta que no puedes fumar en tu propio despacho, ¡vaya desfachatez!, así que te diriges a la zona preparada para tal menester, es decir, a la puta calle. Cuando sales al parking te cruzas con uno de contabilidad.

- El tabaco no nos matará, salir ahí fuera si que lo hará. ¡Joder que frío! – dice mientras se aleja.

Te enciendes el cigarrito antes de salir, asomas la cabeza y miras recelosamente el cielo, sintiendo en tu cara la bofetada del aire frío. Te escondes tras la puerta, a resguardo, con mirada vigilante al exterior das unas cuantas caladas rápidas. Piensas que tal vez tenga razón el de contabilidad, así que decides no moverte de la puerta aún a riesgo de que alguien te pille y te acuse de envenenar su espacio vital con esos humos que inventó del diablo para acabar con la especie humana, lenta y dolorosamente. Apuras el cigarrito y buscas un cenicero o algún lugar donde tirar la colilla. Al no estar en la zona de fumadores te quedas con las ganas, así que te resignas y apagas el cigarro en la suela del zapato, echándote la colilla al bolsillo hasta que encuentres una papelera. Por que claro, eres incapaz de ensuciar el suelo.

Pasas junto a un reloj de fichadas y sonríes ampliamente, con la tontería ya son las doce, una horita más y a llenar el buche. Así de danzante y cantarín te metes nuevamente en el despacho con la esperanza de encontrar algo que hacer. Y por desgracia lo encuentras. Más y más papelotes se apilan otra vez sobre tu mesa. Es tú trabajo, piensas tras un suspiro. Te acomodas en la silla, observas los papelotes durante un rato. Mueves en círculos la silla bajo tu trasero. ¡Es una gozada que tengan ruedas!. Y sin más dilación te pones a leer y releer los papelajos esos.

A las doce y media ya has terminado con todos, lo cual te lleva a perder el tiempo pensando en las musarañas. Mejor dicho, en la musaraña que eres. El sábado cumplirás 30 años, y ¿qué has hecho durante todo ese tiempo?. Nuevamente la respuesta con premio, nada. Bueno sí, leer y releer miles de papelachos y hoy, como algo diferente, hacer el gilipollas ante la secretaria de dirección. Incluso te la imaginas llorando de la risa cuando se lo cuente a su cariñín. A ti te entran nauseas solo de pensarlo. Suena el teléfono y descuelgas.

-         ¡Hola cariño! – dice una jovial voz de mujer.
-         Hola Susana. -  contestas tú aun con la mente en la secretaria y su cariñín.

Un largo silencio te incomoda, y la providencia te hace reaccionar al ver que has metido la pata.

-         ¡Hola Marta!, ¡cariño!. Perdona, tenía la cabeza en otro sitio.
-         ¿Y sueles meterla en algún sitio que yo debiera saber? – por el tono de voz se adivina el enfado de tu novia. - ¿Acaso tienes en la cabeza otras chicas?
-         ¡Para nada cielo!, ya sabes que yo solo te quiero a ti. – vas por buen camino para arreglarlo. – Además, no podría encontrar ninguna otra tonta que me quisiera tanto como tú a mi. – añades convencido del argumento.

Otro silencio. Tragas saliva. Ya van las dos patas.

-         Más te vale que sea un cumplido. – se escucha un profundo suspiro. – Ya te pillaré yo en otro momento, te llamaba por otra cosa.
-         ¿Qué querías decirme? – preguntas aflojándote el nudo de la corbata un poco.
-         Pues verás, hoy me he dado cuenta de que tengo un retraso. – comenta ella sin variar el tono de voz.

Los ojos se te abren dispuestos a salir disparados, sientes como tu pulso se acelera hasta llegar a ritmos insospechados. Empiezas a sudar al mismo tiempo que sientes un enorme nudo en la boca del estómago. Intentas pronunciar algo, crees que coherente, pero solo consigues ahogarte y empezar a toser.

-         ¿Estás bien cariño?, ¿me has escuchado? – dice Marta con un leve tono de preocupación.
-         Sí... sí cariño, estoy bien. – tragas saliva con dificultad y respiras profundamente. – ¿Puedes repetirlo cielo?
-         Te decía que hoy me he dado cuenta de que tengo un retraso. 

Con la mirada perdida en la pantalla del ordenador lo repites cien veces en tu cabeza. Lo ha dicho. Lo ha dicho de verdad.

-         ¿Pero estás segura? – preguntas con voz temblorosa.
-         ¡Ay chico!, te noto muy raro esta mañana. Pues claro que estoy segura.
-         Es que con noticias así... ¿Pero estás segura de verdad? – insistes apurando las posibilidades.
-         Los lunes pareces tonto de verdad. Sí, estoy segura. – hace una pausa antes de continuar. – Esta mañana he consultado el saldo del banco y he visto que hay un retraso en los pagos de la tienda. ¿se te ocurre algún motivo?

¡Dios existe!, Dios existe y es mujer, puesto que de ser hombre jamás te hubiera hecho una jugarreta como esta en lunes.

-         ¿De pagos dices?. – mi voz vuelve a ser la de un hombre soltero, con pareja estable y sin hijos de penalti.
-         Sí, ¿de qué si no iban a ser los retrasos?.
-         Pues la verdad es que ni idea cariño. – contesto por contestar, mi paternidad sigue intacta, eso es lo que cuenta.
-         Bueno, ya veré que encuentro. Cuídate y muchos besos cielo. Ya nos hablaremos a la noche. – tras ello y sin tiempo a réplica cuelga.

Permaneces varios minutos en silencio. ¡De la que te has librado malandrín!. Un poco más y ya te veías empezando a mirar ropas de crío y de pre-mamá. Pero no, eres un hombre afortunado, y de momento te libras. Pero sustos así los justos, que uno no es un gato y solo tiene una vida. Vida que casi pierdes hoy al teléfono. Miras el reloj. ¡La una y cinco!. Das un brinco y sales disparado de la oficina. Es la hora de comer, y como es de esperar, es la mejor hora del día. A los diez minutos te encuentras a las puertas del bar Manoli y una entrañable sonrisa se dibuja en tus labios al recordar a la santa que regenta el lugar. Doña Manuela Pérez Trujillo, alias loli para los amigos, entre los cuales tú te encuentras ya que para ti es como una segunda madre. Si de lunes a viernes te da de comer es lo mínimo que puedes pensar de ella ¿no?. 

Entras y ves libre tu sitio de siempre, un taburete en la barra cercano a la cocina, vas directo y te sientas, dando los buenos días, buenas tardes e incluso buenas noches a los contertulios. Cuando llevas tantos años yendo al mismo lugar a comer pocas palabras hay que pronunciar. Desde la entrada de la cocina loli te mira y sonríe. Tú simplemente le devuelves la sonrisa acompañado de ese clásico “lo de siempre loli”. A los pocos instantes, Pedro, su marido te pone una cervecita delante.

-         Otra vez os dieron pal pelo a los pericos, ¿cuándo cambiarás de equipo?. – me suelta así de primeras, como quien no quiere la cosa.
-         Yo también me alegro de verte.- respondo sonriendo. - Pero vamos a ver Pedro. Cuantos años hace que me conoces, ¿5?¿6?. Y cada fin de semana que perdemos me vienes con el mismo cuento.- le contesto yo recordando los tres goles que nos endiñó el valencia este fin de semana a los pobres del RCD Español.
-         ¡Hombre!, verás, como siempre perdéis más que ganáis, pues yo creo que te saldría a cuenta hacerte de algún otro equipo que de más alegrías, ¿no crees? – me dice sonriendo de oreja a oreja.
-         Nada hombre, nada. Las derrotas son meras anécdotas, lo importante es el espíritu de los pericos. – le respondo intentando salir airosamente.

Por lo visto Pedro estaba hoy inspirado y ya tenía las respuestas preparadas, pero casualidades de la vida. ¡Dong!. Salvado por la campana. Aparece loli con el bocadillo de los lunes. Santa entre las santas. Salvadora de tus tripas en el momento oportuno. Casi no te habías dado cuenta pero llevas más de media hora escuchando algo parecido al concierto de Brandenburgo en tú estómago. Y con una maliciosa sonrisa piensas que es tu turno y te preparas para tocar la flauta tal y como dictan los cánones. A dos manos y atacando de frente. Así le pegas el primer bocado al pepito de ternera.

Con el café delante y un par de cigarritos, Pedro vuelve al ataque con la derrota del domingo. Es incansable. Lleva años intentando reconvertirte a culé, alegando que lo importante es ser de un equipo grande, a lo que tú siempre contestas lo mismo.

-         El RCD Español es un grande también, solo que se reserva para las ocasiones que merecen la pena. – argumentas tú no muy convencido.
-         La oferta está sobre la mesa.- dice Pedro zanjando el tema cuando te devuelve el cambio.

Regresas a la oficina repasando los éxitos del equipo de tus amores durante estos 30 años. El repaso termina rápidamente, una Copa del Rey y una estrepitosa derrota en la final de la Copa de la Uefa. Te sientas delante del ordenador comparando tu vida con el fútbol y reconoces que has ganado un título de segunda y poco más. Suspiras. ¡Qué dura es la vida a los 30!. Te arreas un bofetón, ¡pero si aún no tienes 30!. Luego te arrepientes, te lo has arreado demasiado fuerte. Permaneces pensativo durante unos instantes, no demasiado ya que después de comer no es momento de pensar. Sonríes ampliamente ante la idea que se ha gestado en tu linda cabecita. ¡Escribir tus memorias!, pero rápidamente descartas esa idea debido a la lógica aplastante de un hombre. Si escribes un libro es para sentirte realizado como persona, ¿no?. Para realizarse como persona hay que llevar a cabo tres cosas, ¿no?. Escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo, ergo, si escribes un libro tendrás que plantar un árbol, y si escribes un libro y plantas un árbol deberás tener un hijo. ¡Que horror, que espanto! Una reproducción mía en miniatura por estos pasillos. ¡OH Dios, que complicada es la vida!. Con tu lógica aplastante descartas la idea y te vas a buscar un cafecito.

Las cuatro y cuarto de la tarde, llevas casi una hora jugando al solitario. Algo bueno tenían que tener estas máquinas infernales llamadas ordenadores. Miras de reojo la puerta del despacho, a ver si ahora resulta que algún graciosillo te hace una inoportuna visita. Te levantas un momento y acercas la oreja a la puerta, escuchando atentamente buscando esos pasos que rompan el plácido silencio que llega del pasillo. Se nota que por la tarde, tras haberse llenado todos bien la tripita, nadie se ve con ánimos de levantar el trasero de la silla. Vuelves a pegar la oreja a la puerta. Silencio. Se te cae el bolígrafo al suelo y te agachas a recogerlo. En mala hora lo hiciste. Alguien abre la puerta y te da con ella en la cabeza, cayendo al suelo sobre tu espalda como un sapo.

-         ¡Hay! lo siento, ¿te encuentras bien?.- se interesa la secretaria de dirección mientras te ayuda a levantarte.
-         Si, creo que sí.- respondes tu medio aturdido.
-         ¿Seguro que estás bien?.- vuelve a insistir.

Asientes y la despachas con un gesto de la mano. Ella te deja sobre la mesa los papeles que te traía y desaparece raudamente del despacho. ¡Maravilloso!, toda la tarde vas a tener la cabeza como un bombo y vuelves a tener la mesa llena de papelajos. Pero como eres la leche te los ventilas en tres cuartos de hora. Es lunes por la tarde y aun te quedan energías para trabajar, mañana será otro cantar. De ese modo y sin temor a la depresión revisas tu agenda para la semana. Hasta el palo de la bandera de reuniones, pero tú, optimista como nadie en lunes, sonríes ignorándolas por completo.

Fantástico, ahora tienes una hora completa para no hacer nada, es decir, lo que llevas haciendo toda tu vida. Sí claro, tienes novia. Tu propia casa. Tu propio coche, incluso te diste el gustazo de tener tu propia moto. ¿Algo más?. No. Nada, vacío, cero. No has sido capaz de escribir un libro, ni de pintar un cuadro, ni de componer una canción, ni de descubrir una cura contra el cáncer, ni de evitar una guerra o cataclismo. Lo piensas detenidamente y llegas a la conclusión de que no has hecho nada medianamente importante en toda tu vida. Y sin darte cuenta empiezas el repaso.

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