lunes, 3 de octubre de 2011

La Flor Helada

I

Paseaba en silencio, únicamente acompañado por la leve brisa que se había movido con la llegada de la noche, haciendo que las hojas de los árboles se convirtiéran en las únicas voces del lugar. Se adentró lentamente en el jardín de rosales, nada extraño en aquellos tiempos de no ser por un pequeño detalle, todas las rosas eran de color negro. Distraidamente caminaba entre ellas, captando su esencia, reviviendo su fragancia al pasar cerca.
 
Sin darse prácticamente cuenta, se detuvo frente al rosal central, donde una brillante y hermosa rosa negra resaltaba entre las demás. Un leve brillo apareció en su mirada, adivinándose una melancólica sonrisa en sus labios. Señal inequívoca de que su mente viajaba por el mundo de los recuerdos.
 
Era de día, un hermoso día primaveral y los dos estaban allí, sentados en el suelo junto al rosal, contemplando absortos su belleza. Eran capaces de permanecer así horas y horas, el uno junto al otro, hablando, riendo, soñando. Pasando días enteros, semanas sin separarse, siempre entre aquellos rosales.

Así fue como la vieron nacer, ante sus ojos fue creciendo poco a poco, convirtiéndose en la más hermosa rosa que jamás habían visto, resaltando orgullosa entre las demás. Su vivaz color rojo le daba vida propia, como si hubiera brotado para ellos, como si hubiera brotado por ellos.

El brillo en su mirada volvió a aparecer, pero en esta ocasión más gélido, más temible. Se arrodilló junto al rosal, absorto igualmente en la contemplación de la bella negra flor, completamente perdido en los recuerdos.

El día había amanecido gris, y a medida que avanzaba se tornaba más oscuro. Malos presagios al contemplarlo, peores aún al volver la vista al jardín. Allí, sobre uno de los bancos de piedra junto al rosal central yacía ella. Sus ojos cerrados, su tez pálida sin vida. Sin saber el motivo, sin conocer la razón había partido al único lugar al que no podría acompañarla jamás.

Sus dedos acariciaban su frío rostro mientras una lágrima recorría su mejilla, sus dedos temblorosos dibujaban el contorno de sus labios mientras el llanto le ganaba el juego. Alzándose levemente, besó su frente de mármol, alzando la vista al nocturno cielo que reinaba ya. Volvió sus ojos en dirección a la negra rosa que durante tantos años había permanecido velando la tumba de ella, tumba que él mismo alzó en aquel lugar, sobre aquel banco en el que ella reposaba.

Con delicadeza arrancó la flor del rosal, sosteniéndola entre sus manos la miró permitiendo que como antaño, una lágrima cayera por su mejilla. Susurró unas palabras, creadas en una oscura lengua y la bella rosa negra empezó a helarse, conviertiéndose en una mágica flor helada...

"Como mi corazón, esta bella flor que antaño fue símbolo de nuestro amor, permanecerá helada, convertida en frío cristal hasta el día en que regreses, siendo tú calor y tú amor el único instrumento que la devuelva a la vida, devolviéndome a mí a la vida..."

Desde entonces, entre las manos de la dama descansa tan bella flor helada, brillando intensamente cual estrella en la noche, permaneciendo él a su lado, aguardando el día en que la vida de nuevo les sea otorgada, viendo una vez más su rostro y su color.



II

Entre las manos entrelazadas de mármol, la flor helada, aquella mágica rosa negra convertida en cristal aguardaba el tiempo de recuperar su color y su vida. En el silencio del mundo que la rodeaba, su vigilia eterna daba al lugar un toque mágico, un toque místico. La fría piedra de la tumba, parecía adquirir diversas tonalidades dependiendo del brillo que reflejaba la flor, como si ella misma tuviera consciencia de su pasado, de su origen...

El hermoso rosal central, antaño lleno de vida y de color, fue el privilegiado testigo del nacimiento de un gran amor. Viendo día a día, como dos almas forjaban sus vidas, construyendo con su cariño la más maravillosa hoguera, avivándo con su calor la llama que dos corazones encendieron. De ese modo, a la par que la llama crecía, en el rosal brotaba la más hermosa rosa jamás vista, llena de vida y de color.

Los amantes, pudieron ver ilusionados como iba adquiriendo fuerza y belleza, como era capaz de unirles más, puesto que al tiempo que ellos más se amaban, la rosa más bella se volvía. Un jardín convertido en el santuario de su amor, conviertiendo aquel rosal en el altar, conviertiendo todos y cada uno de los rosales llenos de un mágico colorido en los cimientos de sus propios sentimientos.

Cuanto más felices eran, más hermosa lucía aquella rosa roja, reflejando en sus almas lo que compartían, lo que sentían y lo que vivían. Ah!!... pero cuando llegó la tristeza... él la llevaba en sus brazos, recostándola sobre el frío banco de piedra. Su rostro, reflejando la continua perdida de la vida. Ambos miraron la mágica rosa, ésta, parecía decaida, había perdido parte de su brillo y de su color, apagándose a la par que la vida de ella se apagaba...

Sus miradas se cruzaron una vez más, perdiéndose en el interior de cada ser, en una silenciosa despedida. Ella, con el último suspiro perdía la vida. La rosa, con el último suspiro se oscurecía...

Él cruzó las manos de ella sobre su pecho, manteniéndo aún su mirada, ahora apagada y vacía, guardando en su alma y en su corazón el último brillo que había visto. Con mano trémula cerro sus ojos sin poder evitar derramar una lágrima que lentamente recorrió su mejilla, cayendo a sus pies en el jardín.

Alzó la vista al cielo gris al sentir las primeras gotas de lluvia sobre su cabeza, viendo asombrado pero inmovil, como al caer, iban borrando todo color, todo calor... Todos los rosales se oscurecían, convirtiendo todas las rosas en rosas negras, ensombreciendo el lugar donde había perdido el ser que más amaba. Miró la mágica rosa que tantas veces les había alegrado, ahora brillaba fuerte también, pero más negra que la noche.

Comprendió el mensaje y con decisión, se alzó, dispuesto a aceptar su destino...

El lugar, otrora hermoso y mágico, ahora oscuro y siniestro, permaneció así durante mucho tiempo, teniendo como único visitante a él, también convertido en un ser oscuro y siniestro, que cada día acudía junto a su amada. Algún día llegaría su fín, cuando y de que modo?¿, eso es algo que solo los dioses podían saber. Aquel alma atormentada, solo sabía que aquella hermosa rosa negra velaba el lugar, cuidaba de su amada, y en cierto modo cuidaba de él también.

Tras tantos años, ahora entre sus manos de piedra, la mágica flor helada brillaba con intensidad al recordar su origen, su pasado. Una brillante gota se deslizaba entre sus pétalos, parecía llorar. Una tras otra comenzaron a caer sobre la tumba, el cielo también lloraba junto a la flor helada...



III

Su rostro reflejaba la más pura felicidad, disfrutando de la tranquilidad que aquel jardín repleto de rosales le brindaba, aguardando la llegada de su amado, que como cada tarde, pronto acudiría a su lado. En el silencio que la rodeaba, era capaz de deleitarse en la contemplación de cuanto había en aquel hermoso lugar, más aún sabiendo que lo habían hecho por y para ella.
 
Allí sentada en uno de los bancos de piedra, cerraba los ojos, tomaba aire lentamente, inhalando las fragancias que mezcladas por la brisa de la tarde, eran capaces de alimentar su alma. Magia y sentimiento era lo que la rodeaba en aquel lugar, más aún cuando su amado estaba con ella, compartiendo el pasar del tiempo, sin preocupaciones, sin malos pensamientos, simplemente los dos juntos. Incluso cuando permanecían largos ratos en silencio ella disfrutaba, se sentía feliz en aquel lugar junto a él.

Una tarde como las demás se dieron cuenta en que en el rosal junto al que siempre se sentaban, estaba brotando un bello capullo, justo en el centro como si quisiera robar el protagonismo de los que había a su alrededor. Maravillados e ilusionados por lo que sentían juntos, no dudaron en pensar y creer que nacía y crecería por ellos, que había sido su propio amor quien le diera vida, y en cierto sentido, así era. En breves días vieron como crecía y crecía, y cuanto más crecía más hermosa era aquella rosa.

Durante uno de sus paseos, la dama caminaba melancólicamente por el jardín. Su amado se había visto obligado a partir durante unos días, y la soledad llenó su alma de tristeza. Distraídamente llegó hasta el rosal central, donde pudo contemplar con amargura, como la bella flor había perdido parte de su color y vida. Como si compartiera con ella la tristeza. Tomó asiento observándola, permitiendo que una lágrima escapara de sus ojos al ver mustia tanta hermosura. Al cabo del rato, un sirviente le trajo una misiva, era de su amado que con pocas palabras consiguió llenarla nuevamente de felicidad e ilusión, pues anunciaba su pronto regreso.

Sonriente, miró nuevamente la rosa y para sorpresa suya, pudo ver que volvía a brillar en hermosura, color y vida, como si la alegría que ella sentía fuera compartida. Desde entonces, cada día la miraba con diferentes ojos, pues reflejaba su propio estado de ánimo, lo cual, decidió no contárselo a su amado de momento, como si fuera un secreto compartido entre la rosa y ella. Pero inesperadamente, la debilidad se apoderó de ella una mañana de verano, obligándola a permanecer un largo periodo de tiempo en el lecho, sin poder moverse, sin poder pasear junto a su amado por los jardines.

Lentamente, la vida se le escapaba, sin motivo aparente, sin razón alguna. Lo presentía y lo temía, e imaginaba que la rosa reflejaría lo mismo. Por ese motivo, una tarde hizo que su amado la llevara al jardín, contrariando seriamente las indicaciones de los médicos. Él, que sólo deseaba poder complacerla para verla nuevamente feliz la llevó, dejándola delicadamente sobre el banco de piedra en el que siempre se sentaban. Allí pudo ver como su amada lloraba, lloraba amargamente al ver que aquella mágica y ella rosa decaía y se oscurecía, llorando por ver como ella misma decaía y se oscurecía.

Con el último suspiro, sus ojos se cerraron, no sin antes ver, como la antaño hermosa rosa llena de vida, se erguía nuevamente llena de vida y belleza, con una salvedad, en esta ocasión su color era el brillante negro de la noche, portadora del luto eterno al que se entregaba, como ella se entregaba a la muerte.




IV

Con el atardecer, con paso lento llegaba al jardín. Su mirada cristalina y su semblante melancólico eran fiel reflejo de su ánimo. Hacía ya dos años que la había perdido, pero él, como solía hacer junto a ella, cada tarde daba el mismo paseo, guiado por los recuerdos, acompañado por la nostalgia.

Día tras día, llegaba al corazón de su jardín, allí donde la hermosa rosa negra velaba el eterno reposo de su amada. Junto al rosal, la tumba de frío y grisáceo mármol había transformado el lugar en un santuario para él. Un altar al que sus pasos le llevaban a peregrinar diariamente.

Mientras sus dedos, inconscientemente quitaban el polvo y las hojas secas que el otoño regalaba al lugar, su mente se trasladó hasta la primera tarde que pasearon por allí. Ella lo miraba todo completamente maravillada, acariciando las hojas, embriagándose del perfume de las flores, deleitándose con el colorido del lugar. Él la miraba, absorto en la hermosura que de su rostro emanaba, contagiándose con sus sonrisas, compartiendo sus suspiros.

Ahora era todo gris, apagado, ensombrecido por la tristeza, pero aún así, él se sentía a gusto, su alma paseaba tranquila por el lugar, pues al hacerlo, sabía que de nuevo paseaba junto a ella. Incluso cuando se sentaba junto a su tumba, su mano acariciaba distraídamente la de ella, piedra fría, pero era capaz de sentir nuevamente la suavidad de su piel, capaz de cerrar los ojos y respirar la fresca fragancia que siempre la acompañaba.

Hubo un anochecer, en el que las manos de ella descansaban cálidas entre las suyas, cuando las miradas enamoradas se cruzaban y se perdían silenciosas en el camino de sus vidas. Aquel anochecer, le pidió que jamás la abandonara, que siempre permaneciera junto a ella. Él, sintiendo como su alma empuñaba el corazón le juró que siempre estaría con ella, eternamente permanecería a su lado. Y así era, pensaba el triste caballero al observar el rostro de su amada, fielmente trabajado en el mármol. Acarició su mejilla con la misma delicadeza con que acariciaba en vida la de ella, se recostó levemente besando su frente...

“Y a tu lado sigo...” – susurró

Por unos segundos miró la negra rosa que reinaba sobre ambos, llevando a ver, en el brillo de sus pétalos, el reflejo de ambos abrazados. Leve espejismo capaz de arrancar las lágrimas que ya parecían no quedarle. Incluso a estas alturas seguía sorprendiéndose de cuanto la amaba y cuanto la echaba de menos.

Durante las noches, su mirada se perdía en el estrellado cielo, esperando tal vez poder volver a ver su rostro una vez más, esperando tal vez la llegada de ese anhelado momento en el que se reuniría con ella. Demasiados anhelos y añoranzas, alimentados noche tras noche habían sido capaces de derrotar a todos los sueños e ilusiones que nacieron a su lado. Permitiendo que la oscuridad de su muerte cubriera por completo los colores de su vida.

Mil veces quiso cortar la rosa negra, mil veces más quiso destruirla por reflejar la negrura de su alma, el poder de su tristeza, pero mil veces más se arrepintió antes de hacerlo, pues aunque oscura aún era el reflejo de su amor por ella, aún era el estandarte de lo que antaño vivieron, de todo cuanto compartieron, de todo lo que sintieron.

Fría y helada como ahora su amada, su negro color y su cristalina capa de hielo, no era nada más ni nada menos que el puro reflejo de su corazón. Luto eterno por su amor, frío y helado al carecer de su calor...



V

A vista de pájaro, el lugar reposaba en una mágica calma, completamente ajeno al tiempo y al mundo que le rodeaba. En su seno, un hermoso jardín, antaño lleno de color y de vida, ahora oscuro pero lleno de magia. Y en el centro, una tumba, convertía el lugar en un homenaje al más puro sentimiento, al más bello amor sentido por dos almas. Junto a ella, el sombrío caballero permanece sentado, compartiendo el silencio junto a su amada.

Desde un principio, la ilusión de poder volverse a reunir con ella, hacían que el caballero no decayera en la oscuridad, pero el don de la inmortalidad con su pérdida se había convertido en el peor de los castigos. Aún así, su amor por ella era eterno también, tan eterno como lo era él y lo era el descanso de ella, por ello, cada día cumplía con pasear por el jardín, sentándose junto a ella en silencio, compartiendo los recuerdos, los sentimientos, la magia de las sensaciones que vivieron.

Ahora, entre sus manos sostenía aquella mágica flor helada, aquella bella rosa que con la muerte de su amada se tornó negra como la noche misma, y que él, con su llanto heló para que siempre perdurara. Con melancólica mirada la contemplaba, contenía tanta hermosura como dolor. Así la veía él.

Distraídamente acariciaba sus pétalos helados, viéndose reflejados en ellos. Tenía la sensación de que al acariciarla, lo hiciera a su amada, como si aquella extraña y mágica flor fuera lo que aún les mantenía unidos, lo que aún hacía que se amaran. Con ella en las manos, miró el cielo nocturno, dejándose acariciar por la pálida luz de la luna llena que presumida lucía aquel día. Cerró los ojos, como si su baño de luz le llenaran de paz, de calma, algo que en siglos no había sentido.

Y la recordó de nuevo, entre sus brazos una noche en el jardín, le miraba fijamente a los ojos, con una sonrisa dibujada en sus labios. Cuanta felicidad!!, y como la había perdido casi sin darse cuenta, lentamente ante sus ojos, entre sus brazos. Él jamás creyó que la perdería, pero así fue. Nuevamente, una lágrima nació de su dolor, cayendo triste y lenta sobre la flor helada que sostenía entre sus manos. Fue entonces cuando la magia surgió...

Lentamente empezó a brillar con más intensidad, el caballero, asombrado pudo contemplar como en sus cristalinos pétalos se mostraban imágenes de su pasado, de su recuerdo, quedando en su corazón reflejada la imagen de los dos abrazados. La magia crecía por momentos, pues echando un vistazo a su alrededor pudo contemplar como todos los rosales empezaban a brillar a la par, sin que se escuchara sonido alguno, la noche se acaballaba para no entrometerse.

Con sumo cuidado, depositó la flor helada entre las manos de mármol de su amada, maravillado por todo lo que le rodeaba, intentando percibir de donde venía tanta magia, donde residía tanto poder. Y allí en pie, empezó a escuchar una voz que le susurraba...

“ Yo soy el fruto de vuestro amor, regada por las lágrimas de la ilusión y la desesperación, puro reflejo de lo que erais y lo que sois...yo solo muestro el amor y la verdad, la pasión y la añoranza, el sentir por perdido aquello que tanto se amó..”

Completamente absorto escuchaba aquella voz que provenía de todas partes, mientras ante sus ojos, una luz plateada comenzaba a crecer y crecer lentamente.

“ Has amado, has sufrido ... todo llega a su fin...”

En el corazón de aquella plateada luz, empieza a divisarse una figura que camina hacia él, a medida que avanza, sobre la tumba de mármol la helada coraza de la rosa negra comienza a fundirse lentamente. Los ojos del caballero se llenan de lágrimas, cuando la figura empieza a cobrar forma de mujer, cuando bajo las sombras y reflejos de tan mágica luz es capaz de distinguir a su amada. Con paso trémulo se fue acercando a ella, sin poder creer aún lo que sus ojos podían ver enterrados entre las lágrimas. Ella, seguía acercándose, sonriéndole como tantas y tantas veces lo había hecho en el pasado. Fundiéndose los dos en un abrazo, solo visto por la luna, custodiado por las estrellas.

Y del mismo modo que fue apareciendo la luz, lentamente fue desvaneciéndose también, haciendo que los dos amantes se perdieran en su interior, dejando que aquella mágica noche el jardín quedara solitario, pero recobrando poco a poco aquel color y aquella vida que en otros tiempos había lucido orgulloso.

Hay aún quien cuenta, entre murmullos de incredulidad, que las noches de luna llena puede verse sobre la tumba brotar dos hermosas rosas, una roja y una negra, que crecen entrelazadas y parecen brillar con luz propia. Si es cierto o no, solo aquellos que alguna vez amaron como ellos dos lo sabrán...

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