lunes, 3 de octubre de 2011

Lord Loren Soth, Caballero de la Rosa Negra

En el exterior, se podía ver la leve luz que salía del ventanal, a altas horas de la noche era ya la única luz visible, descontando las antorchas de los guardias. Más de una semana llevaba esa luz permanentemente encendida. En su interior, la oscura figura del caballero se afanaba en terminar unos escritos. Durante demasiado tiempo los había retrasado ya, por eso, era momento de terminar lo que antaño comenzó.

Aún faltaban varias horas para la llegada del amanecer. Por fin había terminado. Se tomó un respiro contemplando los pergaminos, sin leerlos, en silencio. Simplemente los miraba. Allí estaba todo, allí estaba su historia.

Dejando la pluma en el tintero una leve sonrisa se adivina en su rostro. Cuidadosamente se sirve una copa de vino afrutado y comienza la lectura.

He aquí, que sin ser un esteta de la Gran Biblioteca de Palanthas, ni ansiar ser el propio Astinus, Cronista del mundo conocido, me propongo hacerles llegar todo aquello cuanto acaeció en el pasado. Mostrando tanto lo bello como lo malvado que en vida y muerte conocí. Convertido en pieza de un juego, entre el bien y el mal, conocedor o ciego de ello, mi vida transcurrió entre la gloria y el deshonor, entre la felicidad y la perdición.

Gran ejemplo de cómo se pueden lograr los más altos honores mediante las buenas y las malas artes, de cómo la gloria se puede convertir en algo efímero cuando tu propia alma es oscura y perversa, de cómo se puede llegar a la más absoluta perdición por el orgullo propio.

No pretendo que ésta crónica sea una justificación de mis actos en vida, pues tras más de tres siglos de no vida, yo mismo quedo convencido de que mi siniestra alma los repetiría. O tal vez peor. Solo deseo exponer todo aquello cuanto fui y me llevó a lo que hoy día soy. Es por ello, que el juicio sobre cuanto lean poco ha de afectar ya, pues he aquí que soy muestra de mi propio destino y de mi castigo eterno.
Est Sularus Oth Mithas
Mi Honor es mi Vida
Perdí mi honor, y con ello perdí mi vida...”

En el Alcázar de Dargaard, Señorío de Foscaterra,
 provincia de Solamnia
en la Era de la Desesperación
Lord Soth, Caballero de la Rosa Negra



La Ascensión...

Lord Loren Soth, nació en el seno de una familia de Caballeros de Solamnia, con el tiempo, convertida en nobleza baja a manos de su padre, Anykell Soth, clérigo mediocre que vio frenado su ingreso en la orden militar a causa de sus pendencias y libertinajes. Loren, orgulloso de nacimiento, no dudó en usar la rabia y el odio que sentía por su padre para conseguir su ingreso y ascenso en la orden. De muy joven, partió de su hogar pasando a formar parte de los escuderos de la orden, los Caballeros de la Corona. Su buen hacer, su alto sentido del honor y sus inmensas ganas de demostrar su valía, pronto hicieron que se convirtiera en Caballero de la Espada.

El Código y la Medida, bases de la institución, le sirvieron para crecer como caballero y prontamente ganarse el respeto de sus compañeros y superiores, alargándose éste periodo durante largos años en los que combatió el mal y defendió el bien aún a riesgo de perder la vida en ello. En tiempos de paz, su vida transcurría entre la ciudad de Palanthas y el alcázar familiar en Dargaard. Luz y oscuridad respectivamente.

Sus estancias en la gran capital le llenaban de felicidad, el compañerismo de los caballeros y el amor. Sí, el amor, pues fue en aquella ciudad en la que conoció a lady Korinne Gladria, conocida en la ciudad por su extrema belleza y por ser hija de uno de los nobles más importantes, miembro del senado. Por el contrario, sus estancias en el alcázar eras deprimentes, salvando la compañía de su fiel escudero en la orden, Caradoc, un caballero de la Corona con el que había trabado una gran amistad y confiaba plenamente, pues su lealtad era incuestionable, incluso en los oscuros y turbios asuntos en los que se veían envueltos y necesitaban de poco honrosas soluciones.

Loren, jamás olvidó su última visita al alcázar, antes de que todo honor y toda gloria le fueran entregadas. Su padre, Anykell, a pesar de su avanzada edad, había vuelto a hacer de las suyas. Había caído en los enredos de un semielfo que se ganaba la vida como bardo, el cual, le había proporcionado diversos placeres, entre los que se encontraba su propia hermana, una semielfa que vivía cerca de la frontera con los dominios de Vingaard. Ésta, había quedado en cinta. Algo imposible de permitir, pues de ser sabido, jamás llegaría a ser Caballero de la Rosa, ni sería aceptado como noble en Palanthas e incluso podría perder el gobierno de toda Foscaterra a causa de aquel posible bastardo. Es por todo ello, que junto a su fiel Caradoc, planeó y ejecutó a los dos semielfos. Nadie sabría nunca nada de aquel suceso, pues su propio padre bien guardaría el secreto al adorar la vida cómoda y fácil.

Pero tras los sombríos días en el alcázar, recuperó de nuevo la luz y el brillo de su mirada en la capital, Palanthas, pues allí por fín le fue concedida la mano de lady Korinne al correr la voz por toda la ciudad, de que en breves semanas sería oficialmente nombrado Caballero de la Rosa y Gobernador de Foscaterra. Sus más anhelados sueños empezaban a cumplirse, su corazón y su alma ya solo podían desear el tener una pronta descendencia con la que ensalzar y ampliar el orgullo, el honor y la dama de la familia. Por fin, la mancha que significaba su propio padre desaparecería, y su linaje recobraría el brillo y el poder que tuvo cuando su tatarabuelo sirvió a las órdenes del mismísimo Vinnas Solamnus, fundador de los Caballeros de Solamnia.

En esta ocasión, su regreso al alcázar fue muy diferente, ya que lo hizo acompañado de sus más allegados caballeros, con la idea de los preparativos de tan importantes eventos como se sucederían. Todo debía salir a la perfección, su nombramiento, su boda y su título de gobernador. En cada uno de los actos, los trece fieles caballeros que le acompañaban tomarían importantes papeles a realizar, con Caradoc como su lugarteniente. Primero, todos ellos serían los testigos de sus hazañas y actos heroicos para ser investido Caballero de la Rosa. En segundo lugar, todos ellos serían su guardia de honor y padrinos en la boda. Y por último, les reservaba importantes quehaceres en los dominios de Foscaterra, llevando la paz, el Código y la Medida por toda la comarca, ya que les tomaría bajo su mando.

Más de dos semanas deberían durar los festejos, pues grandes eventos eran los que se tenían que celebrar, por ello se hicieron traer los mejores manjares y las mejores bebidas conocidas en toda Solamnia. En los días previos comenzaron a llegar los invitados, la flor y nata del lugar, pues los únicos que no asistirían serían el Sumo Sacerdote de Istar, que empeñado en su lucha contra el mal dejaba de lado los actos terrenales, y el Maestre de los Caballeros de Solamnia por una larga enfermedad que le mantenía postrado en un lecho.

Y de ese modo llegó la fecha señalada, y en un acto público fueron expuestas una por una las hazañas de Lord Soth, exaltando su valentía y su honor tanto como la defensa y creencia en el Código y la Medida, tras lo cual, sin objeción alguna entre todos los presentes, fue nombrado Caballero de la Rosa, elite de la orden a la cual todo caballero ansiaba pertenecer algún día. Con ello, le fue entregado el título de Gobernador de Foscaterra y como Señor del Alcázar de Dargaard impartiría justicia en toda la comarca, ayudado por los trece valerosos y fieles caballeros que él mismo había elegido.

Todo estaba saliendo a la perfección, y su boda no podía ser menos. La calidad de los asistentes hizo que la ceremonia se asemejara a un enlace real. La novia, lady Korinne impresionó a todos por su hermosura, su cortesía y su gentileza. A vistas de todos, se auguraban grandes tiempos para Foscaterra, y mejores aún para Dargaard. Tanto lady Korinne como Lord Soth se profesaban un gran amor, evidente y casi palpable para los que durante aquellos días estuvieron presentes en los festejos. Gloria y honor unidos a la dicha y al amor. Todos compartían la felicidad por un futuro prometedor.

El tiempo era la Era del Poder, hacía mucho que el bien había conseguido frenar a las fuerzas del mal, en ello, mucho habían contado los caballeros de Solamnia, y toda la gloria y honor que vivieron durante aquellos días, bien parecía merecida recompensa a sus esfuerzos. Aunque no podían negar, que una leve sombra se cernía levemente sobre ellos. La sombra del Sumo Sacerdote de Istar, empeñado en erradicar por completo el mal del mundo, podría desencadenar eventos que nadie podría imaginar aún...



La Decadencia

Un año había pasado ya desde su nombramiento como Caballero de la Rosa y su enlace con lady Korinne. Cualquiera que pudiera contemplar la vida en el alcázar aseguraría que la dicha se respiraba por doquier, salvo por un pequeño detalle que no pasaba desapercibido para los más allegados a Loren Soth. No llegaba la descendencia. Bien sabido era el deseo del caballero por tener un hijo, pero por lo visto, aún no les era permitido engendrarlo. Con el tiempo, hizo que el ánimo del caballero se tornara más taciturno, al tiempo que se distanciaba levemente de su esposa. Era mala señal, y todos los habitantes de Foscaterra ardían en deseos de que se le concediera un primogénito a su señor, pues con ello se asegurarían la felicidad y la prosperidad durante largos años.

En lo referente al gobierno y protección de la comarca, Soth y sus caballeros eran efectivos e implacables, contando sus hazañas por victorias y siendo temidos y respetados por todos. Tras la última batida, en la que consiguieron derrotar a toda una banda de ogros los catorce caballeros, fueron invitados a la ciudad de Palanthas. Allí, serían huéspedes de honor en los festejos de la ciudad. Así pues, partieron todos ellos a lo que prometía ser un agasajador y placentero viaje de dos semanas. Pero el primer día ya vieron que todo no sería como esperaban. Durante el trayecto, encontraron una partida de ogros que había asaltado una comitiva de elfas. Se dividieron en grupos y las rescataron, pero ninguno podía llegar a imaginar lo que su valeroso acto traería algún día. Soth, rescató a una en concreto, la más hermosa criatura que jamás ojos algunos habían contemplado. Su nombre Isolda Denissa, la cual sufrió algunas heridas en el rescate. Por ello, mandó a sus caballeros escoltar a la comitiva de elfas hasta Palanthas mientras él regresaba al alcázar con Isolda para que fuera atendida.

Y así fue, y así permaneció la elfa entre los muros de Dargaard bajo la protección y cuidados del caballero. Dando más pie a las malas habladurías que a la gesta de salvarla de una muerte segura, pues pronto corrieron los rumores de que era su amante. Y cuanta razón llevaban, pues la breve estancia de recuperación se convirtió en una estancia permanente y mientras Soth se alejaba cada día más de su esposa, se acercaba más a la elfa, compartiendo largas jornadas de paseos y charlas.

Lady Korinne, conocedora de ello, no podía permitir perder a su marido y el único modo era teniendo un hijo que hasta la fecha les era negado. Durante días urdió el modo de conseguirlo y pudo llevarlo a cabo cuando su esposo estuvo ausente varios días. Fue entonces, cuando secretamente, acudió a una hechicera. Amaba demasiado a su esposo como para serle infiel para tener un hijo, así pues recurrió a las artes mágicas para que le fuera concedido el niño. Y así fue, a su regreso, el caballero recibió la grata sorpresa de el estado de su esposa. La felicidad volvió a sus corazones, y en cierto modo Soth regreso al lado de su esposa, pero sin dejar partir a Isolda.

Se sucedieron los meses y el embarazo era bueno, manteniendo en obligado reposo a lady Korinne, lo cual permitía más libertad a Soth para estar con Isolda. La misma noche en que su esposa daba a luz, Loren conoció la noticia de que Isolda estaba también en cinta. Era un mal asunto, pero más adelante lo resolvería. Lo importante era ver como pasaban aquella noche. Y lo que sucedió solo Lord Soth y su lugarteniente Caradoc lo conocieron, el resto, fueron todo rumores y especulaciones.

Para desgracia de todos, doña Korinne y su hijo no sobrevivieron al parto. Algo harto extraño cuando se les había augurado un feliz nacimiento sin complicaciones a la vista. Ese hecho, añadido al conocimiento del embarazo de la elfa, dio pie a los más temidos rumores. Los había de todo tipo, desde los que contaban como Soth había asesinado a su esposa e hijo para poder casarse con la elfa, hasta los que decían que la misma Isolda había ordenado a Caradoc envenenar a Korinne para que ni ella ni su hijo sobrevivieran al parto.

Los rumores y la tristeza recorrieron toda la comarca. Los buenos augurios que se habían previsto un año atrás, se veían ensombrecidos por la cadena de sucesos que en Dargaard acontecían. Lord Soth, en lugar de desmentirlos o remediarlos se encerró aún más en si mismo, rodeado y apoyado por sus fieles caballeros. Fue tal cosa, la que le animó a desposarse con Isolda en segundas nupcias, de ese modo, el hijo que portaba en su vientre sería legítimo. Tal acto, en lugar de ayudar a calmar los rumores y habladurías, aún empeoró más la situación del caballero.

Y en ese tiempo, el sueño del caballero se cumplió, Isolda dio a luz un varón, al cual llamaron Peradur, en honor al abuelo de Loren. La visión de la elfa con su hijo en brazos era lo único que le mantenía en calma y tranquilo ante todo lo que le rodeaba. Era lo que siempre había deseado, y por fin lo tenía...



La Muerte...

Tanto corrieron las voces y tan terribles eran los rumores que cuando llegaron a Palanthas, los miembros de la orden se vieron obligados a intervenir. No podían permitir que tales historias involucraran a uno de sus mejores caballeros, por ello mismo, crearon un consejo que decidiría la veracidad de todo aquello. Soth fue llamado a consejo, lo cual no fue de su agrado, ya que con ese acto se ponía en entre dicho su honor. Pero tampoco podía desatender la llamada, pues sería interpretado como un acto de cobardía , dando por ciertos los rumores que corrían por doquier.

Sin pensarlo demasiado decidió acudir, pero en compañía de todos sus fieles caballeros, no le gustaba nada el aire que tomaba el asunto, así que pensó que lo mejor sería ir bien acompañado. El consejo, tomó ese acto como un desafío y un toque de desconfianza ante su llamada, por lo cual fue arrestado a su llegada a la capital, prohibiendo la entrada a la misma de sus trece caballeros. El orgullo, tanto de unos como de otros propició que tanto el caballero se negara en colaborar, como el consejo tomara más en serio las acusaciones. Viendo que todo podía durar mucho tiempo, Soth necesitaba poder pensar y meditar sobre como salir del problema, así pues, ayudado por sus caballeros, escapó de la ciudad, refugiándose en su alcázar, ya que sabía que la orden se lo pensaría mucho antes de actuar contra Dargaard.

Fue durante esos días, en lo que mientras meditaba sobre que hacer y sus caballeros se preparaban para un más que posible combate, Paladine, el dios del bien acudió a sus sueños. En ellos, le prometía redimir sus pecados, si cumplía una misión. Misión en la que perdería la vida, pero su honor y valentía serían recordados eternamente ya que con su acto salvaría el mundo conocido por todos. Debería impedir que el Sumo Sacerdote de Istar, alzara una plegaria a los dioses del bien, demandando la eliminación completa del mal. Eso no podían permitirlo los dioses, pues el equilibrio entre el bien y el mal era necesario.

Lord Soth, aceptó la misión y así preparó a sus caballeros, pues le acompañarían hasta el final. Su esposa, resignada, le vio partir, con su hijo en brazos, sería lo único que tendría ya de él. Emprendieron el camino a la ciudad de Istar, pero a medio camino se vieron sorprendidos por aquello que no esperaban, el mal les atacaría por donde más les dolería, su orgullo, su honor y su vanidad. Tres elfas les detuvieron, convenciendo a Lord Soth que el hijo que había tenido no era suyo, lo cual hizo dudar al caballero, pues las elfas mostraron conocer cosas sobre él y sobre Isolda que nadie podría conocer. Ante el ultraje, el odio y el orgullo hicieron que Soth olvidará por completo la misión, regresando al alcázar para vengarse de tamaña ofensa.

Con lo cual, mientras él recriminaba a su esposa su infidelidad, El Sumo Sacerdote de Istar alzaba la temida plegaria, obteniendo como respuesta el castigo de los dioses del bien, los cuales lanzaron una enorme montaña de fuego sobre el mundo de Krynn, provocando el cataclismo que marcaría una nueva época... entre las llamas del alcázar de Dargaard, Isolda suplicó a Lord Soth que les salvara, éste, sintiéndose engañado y ultrajado, se negó, dejándoles a los dos pasto de las llamas. La elfa, ante la certera muerte, le lanzó una maldición....” Vivirás una no vida por cada muerte que has causado en el día de hoy”...

“En la isla de Sancrist, gnomos y humanos contemplaron con horror cómo los cielos, habitualmente azules, se cubrían de espesas y negras nubes de humo que surgían de las rugientes profundidades del volcán del Monte Noimporta.

En Qualinesti, un rabioso incendio arrasó el bosque de Wayreth, asolando a su paso vastas extensiones de robles, arces, fresnos y vallenwoods, así como grandes plantaciones frutales.

En Silvanesti, las llamas que devastaban los legendarios y fabulosos bosques de la zona oscurecían de tal modo el firmamento que la luz del sol no conseguía traspasar las cortinas de humo y el día se había convertido en noche cenicienta.

En Ergoth, las aguas se desbordaron e inundaron los terrenos que rodeaban la ciudad de Daligoth, anegando granjas, pastos y bosques, pero también casas y construcciones que durante siglos habían sobrevivido al paso del tiempo.

En Istar, la gente huía despavorida en busca de un lugar donde refugiarse de las rojas mareas que estaban barriendo la ciudad como si se tratara de un baño de sangre.

En Solamnia, el viento empezó a soplar con fuerza a través de las llanuras, agitando las aguas del río Vingaard y asolando el país con una violencia tan desatada que parecía como si quisiera barrer de su faz todo rastro de vida...”

En Dargaard, Lord Soth, tomó asiento en su trono del alcázar, con esas palabras grabadas en la mente así como todos los recuerdos de lo que había hecho, esperando la muerte que le debía llegar. Y la muerte llegó, pero también su renacer de entre las cenizas, tal y como había augurado su esposa. Y junto a ella, tres arpías, que eternamente se encargarían de recordarle sus actos y su trágica existencia. Allí, sentado en su trono, cada noche las escucha, acariciando distraídamente la rosa grabada en el peto de su armadura, antaño símbolo de honor y gloria, ahora, ennegrecida tras el incendio, símbolo de su castigo y penitencia...

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