lunes, 3 de octubre de 2011

Nosferatu, mi vida. - por Demether - 12/11/1999

I. AL PRINCIPIO...

Mi nombre es Giuseppe y soy un hijo de la noche. Algunos me llamarían monstruo, otros, fantasma. No les reprocho nada, en parte soy ambas cosas pero prefiero que me llamen por mi nombre, vampiro. Fui creado por una mujer llamada Matrona Violetta hace más de 200 años. En aquella época cuando todavía podía descansar bajo el sol de media tarde, yo era un simple enterrador. Nunca salía del cementerio debido a mi aspecto.
 
Cuando nací tenía malformaciones en la espalda y en la mandíbula y mis padres sintieron repulsión por mí desde ese instante. Mi padre era un borracho empedernido y acostumbraba a golpear a mi madre cada noche cuando regresaba totalmente ebrio. Una de esas terribles noches, su borrachera era tan grande que golpeó a mi madre brutalmente hasta casi matarla. Mientras esto sucedía, yo con tan solo seis meses, lloraba desconsoladamente. Mi padre intentó hacerme callar... lanzándome contra una de las paredes de la vieja casa. Ese instante me marcó para toda la vida tanto física como psicológicamente.

Crecí bajo la sombra de una familia destrozada por el odio y el alcohol. Fui volviéndome un joven robusto y fuerte capaz de aguantar un gran esfuerzo durante horas sin cansarme. A los doce años empecé a trabajar en los establos de una posada cercana a mi casa. Trabajaba de sol a sol limpiando y cuidando los caballos de los viajeros. En la posada vivía una joven dos años mayor que yo, que era la hija de los dueños de la casa. Era una muchacha muy bella. Piel morena, pelo negro y unos profundos ojos verdes que me sedujeron desde el primer momento.

Durante dos largos años estuve trabajando en la posada y en ese tiempo jamás le hable. Soñaba todas las noches con ella. Nuestros cuerpos se fundían en uno en el calor de la noche y éramos felices para siempre. Pero los sueños son sueños y la vuelta a la realidad es demasiado cruel en la mayoría de los casos. Cuando por fin me decidí a hablarle, todas mis ilusiones se desmoronaron como un castillo de naipes. Su reacción fue muy diferente a la que yo había visto en mis sueños y cuando le declaré mi amor y le abrí mi corazón para mostrarle lo que sentía, ella se rió de mí. Dijo que yo era un monstruo, que jamás se acercaría a mí y que ninguna mujer en su sano juicio lo haría. Salí corriendo de allí lo más rápido que pude mientras sus carcajadas rompían el silencio de la noche tras mis pasos. Nunca más volví a esa posada, al menos, mientras estuve vivo... pero eso es otra historia.

Dejé de trabajar en la posada y con diecisiete años busqué trabajo desesperadamente pero nadie quería un monstruo cerca de él, así que al final encontré un trabajo como enterrador en el que nadie se fijaba en mi aspecto ya que los ojos de los muertos nos ven a todos iguales. Mi adolescencia pasó con la única compañía de los cuerpos sin vida.

Llevaba tres años viviendo fuera de casa, ya que me había instalado en el cementerio. Deseaba ver otra vez a mi madre para que me consolara y me abrazara como cuando era pequeño y los demás niños se reían de mí, así que me decidí a visitarla. Tenía la imperiosa necesidad de verla. Presentía que algo malo estaba ocurriendo y viajé durante seis horas bajo una lluvia torrencial hasta llegar a mi vieja casa.

La puerta estaba abierta de par en par y desde dentro se escuchaban unos sollozos apagados. Cuando llegué a la casa me detuve en el umbral para observar la horrible escena del interior de mi antiguo hogar. Mi padre, con lágrimas en los ojos, yacía en el suelo abrazado al cuerpo sin vida de mi madre que estaba cubierto de golpes, arañazos y sangre. Mi padre se giró y me dirigió una mirada de clemencia. Mis ojos se encendieron de rabia y avancé hacia mi padre como lo hubiera hecho un lobo hambriento ante un conejo herido. Me detuve justo delante de él, le agarré del cuello con mis dos manos y lo alcé hasta que se cruzaron nuestras miradas. Cegado por la impotencia y por la rabia contenida durante años y apreté con todas mis fuerzas hasta matarle. Permanecí en esa posición varios minutos sin comprender todavía lo que había hecho. Los ojos de mi padre estaban abiertos y expresaban paz y agradecimiento. Salí de la casa y me alejé unos metros hasta que no pude soportar la situación y vomité. Aquella mima noche regresé a mi casa para pensar en lo sucedido y en lo que debía hacer desde ese momento. Dos días después vino un campesino al cementerio a comunicarme la muerte de mis padres. Según su versión, un ladrón, había entrado en la casa y había asesinado cruelmente a mis padres. Recibí la noticia con tristeza y resignación. Hice que trajeran sus cuerpos al cementerio donde yo trabajaba para enterrarlos con mis propias manos y les di sepultura en una íntima reunión familiar donde solo estábamos nosotros tres. Una semana más tarde corrió la voz de que habían capturado al asesino y que sería condenado y ejecutado al amanecer del siguiente día. Asistí impotente al acto. No pude soportar ver como el último aliento de vida del inocente se esfumaba y salí corriendo del lugar asqueado y lleno de odio hacia mí mismo. Regresé a mi casa, cogí las cosas que necesitaba para viajar y me marché de mi tierra natal en dirección hacia ningún sitio.

II.LA FERIA

Vagué durante semanas hasta que en un pueblo encontré una caravana de feriantes que estaba actuando en el lugar. Me dieron ganas de ver algo divertido después de tanto dolor y sufrimiento y compré uno de los boletos que me daban derecho a presenciar el espectáculo.

Durante casi dos horas estuve disfrutando de la función. Actuaron un grupo de payasos enanos vestidos con ropajes de colores chillones, una atractiva, aunque algo delgada trapecista, un domador de "lobos salvajes" y un curioso mago ilusionista venido, según el cartel, de las lejanas tierras de oriente. El punto final de espectáculo era el desafío del gran Hércules, un forzudo de aspecto amenazador. El reto consistía en que alguien del público se enfrentara a Hércules en un duelo de fuerza. Ambos competidores debían levantar un peso de 150 Kg. y quien lo lograra antes recibía una moneda de plata como premio. Decidí probar suerte alentado por unos hombres sentados a mi lado y salte a la pista con el rostro cubierto con una capucha negra.

El jefe de pista presentó a Hércules como si del verdadero dios griego se tratara y a mí me presentó como el hombre de negro sin esperar a que le diera mi nombre, pero no me importó. Pude observar como entre el público, dos hombres apuntaban cifras y recogían el dinero de las apuestas. La bolsa, que tenía bordada una letra H, crecía considerablemente en comparación con la otra. Los dos nos colocamos frente a las pesas y después de la cuenta atrás de rigor, las levantamos. El público enmudeció cuando vio la escena. Yo había levantado el peso mientras Hércules permanecía agachado para iniciar el esfuerzo. El jefe de pista tardó en reaccionar al igual que el incrédulo público.

Me dedicaron una gran ovación y me dieron la moneda que había ganado. Los campesinos que estaban sentados a mi lado daban saltos de alegría ya que eran los únicos que habían apostado por mí y me lo agradecieron con una pequeña parte de sus ganancias.

Cuando la función terminó, una joven se acercó a mí y sin mediar palabra cogió mi mano y me llevó a una de las caravanas de los feriantes. Era la del dueño de la feria, el señor Rambaudi. Hablamos durante casi una hora y después de deshacerse en cumplidos hacia mi persona, me ofreció el puesto de Hércules. Acepté el trabajo y solo puse una condición, jamás mostraría mi rostro. El dueño accedió encantado ya que así atraería a más gente. Desde ese momento fui el "Hombre de Negro".

Me instalaron en una carreta donde también vivían tres de los payasos enanos. Mis compañeros eran los más jóvenes de su grupo. Más o menos tenían mi edad y nuestros gustos eran parecidos. Durante mi primera semana Nino, Mario y Luca, los enanos, me presentaron a toda la gente de la feria y me enseñaron los secretos de la profesión.

Llevaba unos meses en la feria y todo me iba muy bien. Una noche ocurrió algo que cambió mi vida.
Escuché un ruido muy extraño y me desperté sobresaltado, puesto que los enanos habían salido y no regresaban hasta el día siguiente. Me puse mi capucha rápidamente y salí a inspeccionar los alrededores. Hacía mucho frío y después de buscar durante un buen rato decidí volver al carromato. Al cerrar la puerta noté algo extraño, olía a perfume de mujer. Inmediatamente giré mi cabeza en dirección a la cama. Tumbada encima, había una mujer, pero en medio de la oscuridad no lograba adivinar quien era. De pronto una voz rasgó la tensión que había en el carro y enseguida la reconocí. Era Diana, la trapecista. La había conocido el primer día que llegué a la feria y éramos buenos amigos. Era una mujer madura, de unos treinta y cinco años, piel morena y con un cuerpo muy estilizado y delgado. Su pelo, siempre recogido en una cola era del color del azabache y sus ojos profundamente oscuros. En aquel momento me pareció la criatura más bella de la Tierra y mientras le miraba como si estuviera hechizado, ella golpeaba ligeramente la cama con la palma de la mano invitándome a sentarme a su lado; y así lo hice. Conversamos durante mucho rato y nos divertimos con mis bromas en referencia a los demás feriantes y con especial hincapié en Hércules que ahora era un simple mozo de pista. Esa noche vi en la figura de Diana a mi propia madre y me sentí de nuevo como si fuera un niño entre sus brazos...

Aquella noche tuve mi primera relación con una mujer y puedo afirmar que fue una experiencia maravillosa.
Por supuesto todo ocurrió con la máscara puesta, solo los enanos habían visto mi rostro y temí por el día en que Diana me viera.

Aquella situación duró casi dos mese. Fueron tiempos felices en todos los aspectos. Cada vez quería más a Diana y tenía trabajo seguro ya que nadie había logrado vencerme. La única cosa que no iba bien era mi relación con Hércules. El antiguo forzudo me odiaba a muerte. Era un mal perdedor y nunca supo encajar su derrota y siempre intentaba que las cosas me salieran mal además de envidiarme porque Diana estaba conmigo.

Viajamos de pueblo en pueblo dejando una estela de éxito tras nuestro.

Una noche, Diana me dijo que quería ver mi rostro. Yo le dije que no pero ella insistió y al final accedí, pensando que algún día debía pasar. Cuando me saqué la capucha ni siquiera se inmutó. Alargó su mano hacia mi cara y la posó suavemente en mi mejilla. Diana empezó a llorar y me abrazó. No supe como reaccionar y me quedé rígido como un bloque. Ella me miró fijamente a los ojos y me dijo que quería ver el rostro del padre de su hijo... estaba embarazada. Nos abrazamos y lloramos juntos de alegría. Por fin alguien me había aceptado tal y como era y desde ese momento decidí ponerme la máscara solo para actuar sin importarme lo que los demás pudieran decir.

Al principio les costó acostumbrarse pero como me conocían desde hacía bastante tiempo no les importó lo más mínimo mi extraño aspecto.

III.SOFIA

Nueve meses después nació nuestra hija y le pusimos el nombre de mi madre, Sofía. La niña era una preciosidad de rizos negros y ojos verdes que alegraba nuestras vidas. Yo seguía trabajando en la feria, pero tres meses después del nacimiento de la pequeña decidimos viajar a Venecia.

Llegamos a la capital del comercio con oriente dispuestos a encontrar trabajo en alguno de los teatros o espectáculos fijos de la ciudad.

Tres semanas después, seguíamos viviendo en una pensión de mala muerte y no habíamos encontrado ningún trabajo. Sofía llevaba varios días con fiebre y diarrea. La situación empezaba a ser preocupante, ya que apenas nos quedaba dinero para dos o tres días y había que buscar medicinas para la pequeña.

Desesperado por todo lo que estaba pasando, hice algo de lo que me avergüenzo. Asalté a un pobre comerciante atacándole por la espalda y dejándole sin una moneda. Una semana después, la guardia de la ciudad se presentó en la pensión y me arrestaron. No fue difícil encontrarme, después de que un testigo diera una descripción mía. Los tipos de más de dos metros, vestidos de negro con una capucha y jorobados no abundan.

Me encerraron durante seis meses en una cantera a muchos kilómetros de Venecia. Trabajaba cada día desde las seis de la mañana hasta las ocho de la tarde. En la cantera fue donde aprendí a defenderme, muchos se reían de mi aspecto y luchando me gané el respeto de todos. No estoy orgulloso de haber estado allí pero la ley es la ley.

Al cumplir mi condena me dirigí rápidamente a la pensión con la esperanza de que Sofía y Diana vivieran allí todavía. Cuando llegué a la ciudad todo había cambiado. Las calles estaban sucias, llenas de basura, muertos por todas partes...empecé a correr buscando desesperadamente la pensión hasta que la encontré. Las puertas y ventanas del edificio estaban tapiadas y marcadas con una cruz roja, como en la mayoría de casas que había visto en la ciudad. Arranqué las tablas de la puerta de la pensión y subí las escaleras hasta llegar a la habitación lo más rápido que pude. En la pequeña estancia había un cadáver. Logré reconocerlo por una pulsera que llevaba en la mano izquierda, yo se la había regalado a Diana y ahora ella estaba allí muerta.

Maldije el día en el que se me ocurrió asaltar al comerciante. Cuando recuperé la razón busqué a Sofía y solo encontré la manta con la que la envolvíamos sucia, rota y llena de manchas de sangre. Mi mujer había muerto víctima de la peste y mi hija podía haber corrido una suerte aún peor.

Me marché de la pensión sin ganas de seguir viviendo con la manta de Sofía agarrada con todas mis fuerzas. Busqué por los edificios cercanos a la pensión y en todos encontré la misma situación. Casas vacías o con algún cadáver y llenas de ratas y basura. No había nadie que supiera si Sofía seguía viva ni nadie que la hubiera visto. Lo más extraño de todo es que en mi interior había una parte que disfrutaba con mi dolor y sufrimiento y no podía evitarlo. 

Dos días después, la peste se había extendido por toda la ciudad. No encontré rastro de Sofía y llegué había muerto y que alguien se había ocupado de enterrarla. Ahora pienso fríamente que fue una excusa para poder abandonar la ciudad que tanto dolor me había hecho sentir.

Al fin, decidí marcharme de la apestosa y decadente Venecia. Atravesé toda Italia hasta llegar a Nápoles. Durante el viaje fui trabajando en los pocos lugares donde no se reían o se asustaban de mí, viviendo en sitios que darían asco a una rata. Tardé mas de tres meses en llegar a Nápoles, poco tiempo teniendo en cuenta que la mayoría del trayecto fue andando y soportando frío y lluvia. Pero a pesar de los contratiempos lo conseguí.
Tenía solo 22 años pero era un hombre maduro, hecho y derecho, que incluso había tenido una familia a su cargo, pero que desde un principio no tenía que haber nacido.

En Nápoles trabajé de pocero y me podía haber quedado para siempre pero el recuerdo de Diana y Sofía me perseguía. Cada noche me despertaba con pesadillas en las que veía a Diana muerta y a un hombre que se llevaba a mi hija mientras esta lloraba desconsolada...No pude soportarlo más y me marché a Turín, donde había nacido, sin despedirme del trabajo ni avisar a nadie para poder recuperar la paz y la tranquilidad que hacía tiempo había perdido.

No me fue difícil recuperar el trabajo de enterrador y lo primero que hice al llegar a mi hogar fue visitar la tumba de mi madre. Estuve toda la noche hablando con ella, explicándole todas mis penas, intentando en vano que me consolara con una abrazo...

IV.LA CENA

A menudo entablaba conversaciones con los difuntos que enterraba e imaginaba como serían sus respuestas. El tiempo pasaba y nada cambiaba en mi vida al lado de mis silenciosos compañeros hasta que un día llegó un mensajero al cementerio y me entregó una carta. El mensaje procedía del patriarca de la familia Giovanni, Claudius Giovanni y era una invitación a una cena en la mansión de la familia. La carta me sorprendió mucho. ¿Qué tenia de interés un deforme enterrador para una de las familias más poderosas de Italia?. Al principio dudé de la autenticidad del mensaje pero como tenía curiosidad acepté la invitación y me dispuse a preparar mi poco equipaje, en resumidas cuentas lo que llevaba puesto desde hacía años y me marché del cementerio para viajar hasta la casa de los Giovanni.

Cerca de la mansión había una posada y decidí parar a descansar un poco. Allí descubrí que no era el único invitado a la cena. Había un hombre vestido con ricas ropas y acento francés, un niño de aspecto noble, una joven vestida de una manera muy extraña, un árabe y así hasta llegar a trece personas. También había un hombre cojo que insistió en que le recomendásemos al señor Giovanni y una anciana que vestía de forma parecida a la de la bella muchacha. Hablamos durante un buen rato sobre las razones de esta cena pero no encontramos ninguna lógica. Poco rato después nos vino a buscar un criado para llevarnos hasta la mansión. Yo sabía pocas cosas de la familia de Claudius. Eran muy ricos y poseía grandes extensiones de tierra y muchas propiedades. Lo que por aquel entonces no podía imaginar era que en realidad los Giovanni son un clan de vampiros.

Al entrar en la casa nos recibieron como si fuéramos reyes. Nuestro anfitrión se presentó y luego conocimos al resto de invitados, unas personas extrañas y que casualmente también eran trece.

Fuimos llevados a un comedor y antes de empezar a cenar cada anfitrión se llevó a su "pareja" para conversar.

A mi se me acercó una mujer muy misteriosa que tenia el rostro cubierto con una máscara y se me llevó a otra habitación. Me dijo que se llamaba Matrona Violetta y empezó a hablarme de la belleza interior, de las personas con rostro bello y de un sinfín de cosas que yo no acababa de comprender. En un momento de la charla, la Matrona me señaló un espejo y colocó su mano en mi cara. Empecé a notar un dolor como jamás había sentido. Parecía como si me estuvieran arrancando la piel. Cuando el dolor hubo cesado y pude abrir los ojos me horroricé con lo que vi. Mi cara no era la de siempre, tenía el aspecto de una persona atractiva. La Matrona me preguntó si me gustaba y que me parecía lo que estaba viendo. No se porqué lo hice pero rompí el espejo en mil pedazos de un puñetazo. Ella me miró fijamente y colocando de nuevo su mano en mi rostro dijo que yo le gustaba. Yo no acababa de comprender lo que había pasado y casi sin tiempo a razonar llegamos a la mesa del comedor.

Todos se sentaron en sus lugares y Lord Giovanni se dirigió a los comensales con la copa alzada. Fue un monólogo muy extraño donde aparecieron palabras como "magníficos especímenes" y "sabor intenso" en referencia a nosotros. Me dio la impresión de que la cena en realidad, éramos los invitados y decidí marcharme de allí lo más rápido que pude. Cuando me acercaba a la puerta, Claudius me ordenó detenerme y extrañamente obedecí. No podía dominar mi voluntad. Todos lo invitados asistimos sin poder evitarlo a un espectáculo espeluznante. Nos colocaron unos collarines diseñados especialmente para que una vez asidos a nuestros cuellos pincharan nuestra carne con un pequeño punzón. El collarín terminaba en un tubo mediante el cual nuestros anfitriones bebían nuestra sangre. Los trece invitados desfallecíamos a causa de la pérdida de sangre y solo pude ver como los extraños personajes giraban a nuestro alrededor bebiendo de todos mis compañeros. De pronto se oyeron voces de alarma, alguien llamado Hardestadt estaba atacando la mansión.
Lo único que recuerdo de esa caótica situación es el calor y el agradable sabor de la sangre que la Matrona Violetta introdujo en mi boca. Esa fue la primera vez que probé el delicioso manjar.

Cuando me desperté me sentía extraño. Mi aspecto era aún más desagradable que antes, pero a la misma vez me sentía poderoso e invencible. Había vuelto a nacer, pero esta vez no era humano sino uno de los hijos de Caín...un vampiro. Lo que ocurrió en ese momento es otra historia que quizás escriba dentro de algunos años, puesto que es algo que no quiero recordar...

Así es como fui creado hace muchos años. Yo no lo elegí pero no tengo otra elección que aceptar este modo de vida. Alimentarse de los humanos es a veces algo muy desagradable pero es lo que me mantiene en este estado de no vida. No me arrepiento de nada de lo que he hecho, tan solo de haber tenido una familia y no haber sabido mantenerla y protegerla. En el fondo sigo siendo tan humano como cuando estaba vivo si es que alguna vez alguien me consideró humano...

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